Translate

miércoles, 16 de enero de 2013

La Rioja


La Rioja

Capital de la provincia de su nombre. Ciudad que se levanta al pie de la magnífica sierra de Velasco. Fue fundada el 20 de mayo de 1591 por Juan Ramírez de Velasco, quien le impuso el nombre de Ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja, en recuerdo de la comarca española homónima.
Esta provincia se ve caracterizada por una geografía accidentada, presenta una rara amalgama de montañas y llanuras, como así también sus características colinas y valles cuyo color ocre se ve matizado por la variada policromía de sus plantíos.
Su aspecto edilicio presenta la combinación de lo antiguo y lo moderno, con construcciones bajas, calles angostas, plazas bien ornamentadas, alegres, y viejos naranjos que le dan una nota característica. El centro comercial es activo y en su mayoría se aglutina alrededor de la plaza principal.
Son tradicionales la Fiesta Nacional de la Chaya y la de San Nicolás y el Niño Alcalde, esta última  es una emotiva ceremonia religiosa popular, cuyos orígenes se remontan al año 1593. En sus proximidades hay otras alternativas de solaz: El Parque Llacampis, ideal para acampar, Las Padercitas, Monumento Histórico Nacional y lugar de peregrinación, el Dique Los Sauces y el cerro de la Cruz, lugares de magníficos panoramas.
Dentro de la provincia encontramos el Parque Nacional Talampaya, reserva de flora y fauna autóctonas, y de gran riqueza paleontológica y arqueológica. Posee estratos de hasta 180 m. de altura que fueron tallados por el viento y produjeron curiosas formas como el Monje, el Rey Mago, la Torre, y muchas más.
De esta manera La Rioja invita a ser visitada con detenimiento y a descubrir la bondad de su gente.

Estadio Vargas

Dicen que el Estadio de Vargas se encuentra cambiado, como nuevo y preparado especialmente para la fiesta mayor de todos los riojanos. 

Son siempre noches de luna o estrellas, que muestran a pobladores de toda una región disfrutando de una gran cantidad de artistas locales junto a los más importantes de la canción nacional, aportándole protagonismo a una fiesta que desde sus inicios se ha convertido en un clásico de La Rioja. 

Cuenta la historia que cuando los españoles llegaron a colonizar estas tierras se encontraron con un festejo muy característico que se daba entre sus pobladores originarios cuando terminaba la época de la cosecha, donde los bailes y el agua eran algo natural para los Diaguitas, dueños de estas tierras. 

Hoy, la Chaya está ligada a los festejos de los Carnavales y es una fiesta para locales y turistas, que posee su propia filosofía de fiesta popular con códigos entre los que predomina arrojarse harina y agua entre los festejantes; y donde a la hora de almorzar ganan la partida las empanadas, y el buen vino en abundancia.


En un predio de dos hectáreas se concentran más de 60 géneros autóctonos de cactus de La Rioja y centenares de ejemplares de México, Cuba, Islas Galápagos y Brasil, que convierten a este museo de cactus en el más importante de Latinoamérica de su tipo.



Desde la ciudad de Chilecito, en camino a la localidad de La Puntilla, se asciende por una sinuosa carretera paralela a las sierras de El Paimán, entre unas montañas sin la más mínima vegetación, salvo por unos pequeños arbustos de jarilla que crecen entre las piedras. De pronto, tras una curva, aparecen sobre la montaña los cardones, esos cactus gigantes que se elevan hacia el cielo como dedos acusadores. Los cactus anuncian que hemos llegado al jardín botánico Chirau Mita. En medio de una pequeña quebrada, una empinada escalera de piedras sube la ladera montañosa donde los cactus conforman una multitud que parece bajar del cerro en procesión.


Visto desde abajo, el cactario se asemeja a un complejo laberinto de cuadrículas que se despliegan sin mayores simetrías sobre el cerro como terrazas de cultivos incaicos. En cada unos de los andenes hay centenares de plantas que sobreviven en la inhóspita aridez del mundo andino, donde el sol calienta sin piedad. Al llegar a lo alto de la montaña, se ve la ciudad de Chilecito con el campanario de la iglesia de Santa Rita de Casia sobresaliendo entre los techos de las casas, la Cuesta de Miranda y, a lo lejos, los picos nevados del cordón del Famatina.


El jardin Botanico Chirau

El cactario 

El museo de cactus Chirau Mita es sencillo, didáctico y muy valioso desde el punto de vista ecológico. Coleccionistas de todo el mundo darían cualquier cosa por tener en sus viveros algunas de las plantas que se exhiben en este lugar. Casi todo el mundo ignora que en las afueras de Chilecito existe un jardín botánico único en Latinoamérica con más de 1200 especies de plantas. 


Patricia Granillo es la creadora del museo y colecciona cactus desde los días de su infancia. Tiene un don especial para el cuidado de estas plantas que exhibe con sumo orgullo, fruto de quince años de trabajo. Todas las plantas del museo germinaron de semillas plantadas por Patricia y crecieron gracias a su minuciosa dedicación, ya que cada una de ellas requiere una determinada cantidad de luz y humedad según la especie. Además de cactus y cardones, este singular jardín botánico esta conformado por otros géneros de árboles y plantas de ambientes secos llamadas suculentas, como el aloe vera y las agaves.


El paseo 

La propia dueña del jardín botánico dirige la visita por el lugar y nos explica que los cactus son plantas originarias del continente americano y que no existen en forma silvestre en ningún otro lugar del mundo. A la vez, cada país de América tiene sus propias especies debido a que sus hábitats son relativamente pequeños.


Basta con ascender un poco por las pasarelas para encontrar especies de cactus de Brasil, Cuba y La Rioja, que conviven en un mismo cantero. La guía explica que la forma de estas plantas, en su mayoría cilíndrica, es para contener el agua, mientras que su color verde es porque poseen clorofila en la totalidad de su cuerpo para poder realizar el proceso de fotosíntesis, limitando sus ramas a un único tallo. Su apariencia hostil por las espinas no es más que la característica que debieron desarrollar para sobrevivir en climas desérticos. Sus espinas equivalen a las hojas de los árboles trasformadas de esa forma para proteger la planta y evitar que se evapore la humedad, como sucede con las hojas de las plantas comunes. La mayoría de los cactus viven en terrenos áridos, y es por ello que sus raíces, en lugar de crecer en profundidad, se extienden en paralelo al suelo, casi al ras de la superficie. Esto les permite absorber el agua de lluvia y el rocío de manera inmediata.


Los cactus 

Los cactus de este museo deslumbran no sólo por su belleza sino por la originalidad de sus formas, colores y tamaños. Los hay desde muy pequeños, con solo dos centímetros de diámetro y originarios de nuestra provincia, hasta gigantes cardones que por lo general habitan sobre las montañas. Al realizar una visita guiada por este jardín nos llevamos una idea de las diferentes adaptaciones que hicieron estas plantas para sobrevivir en sus hábitats naturales.


Uno de los cactus que llama la atención es el llamado oreja de elefante. Se trata de una especie de cactus sin espinas que en la parte superior tiene unas hojas con repliegues muy carnosos similares a las orejas de los elefantes. Estas hojas tienen unas pequeñas fibras en la superficie que al tocarla se expanden produciendo una molestia en la nariz y los ojos. Así se defiende de los depredadores. Otro cactus muy singular es el Oreocereus Celsianus, una especie de unos ochenta centímetros que ha desarrollado como una cabellera fibrosa entre sus espinas. Este pelaje que lo recubre por completo cumple la función de filtrar los rayos del sol y crear una especie de microclima alrededor de la planta para protegerla de las temperaturas extremas de los andes. También hay una especie de arbolito con hojas carnosas pero con cuerpo de cactus originario de Brasil que tiene una forma mitad árbol y mitad cactus.

El jardín y sus visitantes 


Desde que abrió sus puertas en diciembre del año 2003, el jardín botánico Chirau Mita fue visitado por más de seis mil turistas provenientes de diversas partes del país y del mundo. Pero los preferidos de la dueña del museo son los grupos de alumnos de las escuelas de Chilecito. Según Patricia el objetivo principal de su museo es educar y difundir la idea de la conservación de las plantas, que ya sean gigantes o diminutas, todas por igual purifican cada milímetro cúbico del 
aire que respiramos.


La ciudad de La Rioja abre sus puertas para mostrar sus encantos y edificios, parques e iglesias más emblemáticos.


Pasado y modernidad se han sabido conjugar en las calles de La Rioja. Esta ciudad con alma de pueblo conserva el perfume característico de los azahares de naranjos que rodean su plaza principal. 

Recorrerla es un paseo que todo turista debe realizar cuando la visita. En las calles encontrará la historia de sus edificios más emblemáticos e importantes. 
Dispuesta en forma de damero, el viaje debe comenzar en la plaza 25 de Mayo, epicentro de la ciudad, donde encontramos las edificaciones más notables de esta capital cuyana. 

En uno de los vértices frente a la plaza, se halla la Casa de Gobierno, que fue construida durante la gobernación de Eduardo Fernández Valdez e inaugurada en 1937. Es de estilo grecorromano adaptado con zaguán y patios de galerías. En el interior de sus salones se conservan retratos de los gobernadores de la provincia

Del otro lado de la plaza encontramos el famoso Club Social de La Rioja, antiguamente Escuela de Aplicación de varones. En él se realiza todo tipo de exposiciones y su fachada es una silueta clásica de la ciudad. El frente de la construcción conserva características italianizantes y su galería, que da al frente de la plaza, invita al descanso y predispone para la mesa compartida. 

También frente a la plaza se yergue la Basílica Menor de San Nicolás de Bari, que data de principios del siglo XX. Su construcción estuvo a cargo del arquitecto genovés Juan Bautista Arnaldo. Construida en estilo bizantino, la nave central posee un santuario dedicado a San Nicolás de Bari. En su atrio descansan los restos del congresista de Tucumán don Pedro Ignacio de Castro Barros, quien representó a la provincia cuando se declaró la independencia de Argentina. 

A dos cuadras de allí, en la calle Rivadavia al 952, encontramos la Casa de Joaquín Víctor González. Esta vivienda, construida en la segunda mitad del siglo XIX por los arquitectos Benzi y Zolla, posee un estilo colonial con imagen de castillo medieval. 
Fue la residencia de Joaquín González mientras desempeñaba el cargo de gobernador de la provincia. En la actualidad en su interior se encuentra el Archivo Histórico de la Provincia.

Otro templo que no hay que dejar de visitar es el de Santo Domingo, declarado Monumento Histórico. Es uno de los edificios más antiguos del país que aún se conserva en pie. Construido totalmente con piedra por manos indígenas y dirigido por los hermanos dominicos, data del año 1623. Se destacan el tamaño de su puerta de algarrobo tallado, el cristo crucificado de origen cuzqueño y las imágenes de Nuestra Señora de los Naturales y de Santo Domingo Guzmán.

En la calle San Martín y San Nicolás de Bari se levantan las murallas del histórico Colegio Nacional. De estilo italianizante, se construyó en el solar que ocupaba la orden jesuita. En estas instalaciones también funcionó la casa de acuñación de moneda y una escuela para varones.

En la calle Rivadavia al 537 se encuentra el Museo de Arte Sacro, que posee cinco salas con antiguos altares e imágenes ornamentales de culto y pinturas de escuela cuzqueña.
Otro muestra no menos importante es la que posee el Museo de la Ciudad, ubicado en la calle Pelagio Luna al 250. En su interior se exhiben elementos de comercios y confiterías de la ciudad. Posee seis salas y diversas piezas que reflejan las costumbres de los primeros pobladores.

Dejando el microcentro de la ciudad a través de la Av. Castro Barros y tras recorrer unos 700 metros aproximadamente, encontramos el monumento a Facundo Quiroga, quien fuera uno de los caudillos más importantes y representativos de la provincia. 

Hacia el final de la Av. San Francisco, sobre una pequeña rotonda, nos encontramos con otro icono de la ciudad al observar Las Padercitas. Su verdadero nombre sería “paredecitas”. Según la tradición, estas ruinas eran paredes de una posada donde había morado San Francisco Solano en su paso por La Rioja. Es una manera de recordar que por este lugar pasó el santo que logró apaciguar a los nativos diaguitas, que habían decidido atacar la ciudad. El tercer domingo de agosto se realiza una peregrinación hasta aquí en honor al santo misionero. 

La ciudad posee otros edificios, otros templos y otras plazas de notable valor. Siguiendo este recorrido también encontrará algunos de ellos, que merecerán una parada y su visita. De esta manera habrá recorrido una de las ciudades cuyanas más antiguas de Argentina. Cada paso por ella es una invitación al pasado que rememora los comienzos de un país lleno de energía. 
Lo invitamos a recorrerla.

Parque Nacional Talampaya

En el parque nacional Talampaya, orgullo máximo de los riojanos, se encuentra la Ciudad Perdida, el circuito más extenso de todo el parque. Su recorrido es un viaje al inicio de los tiempos.

Para visitar la famosa Ciudad Perdida es necesario contratar un guía oficial en la entrada del parque nacional, por varios motivos. La visita puede realizarse tanto en camioneta 4 x 4 propia como en la del parque. En nuestro caso, desde la oficina de Parques Nacionales partimos con nuestro guía desandando el mismo camino de la entrada hasta alcanzar la ruta nacional nº 76. 

El recorrido es muy corto. A los tres kilómetros doblamos a la izquierda por un sendero de tierra roja que nos condujo hacia las profundidades menos conocidas del parque nacional Talampaya. 

El camino serpentea por la estepa desolada de este paraje que hace 225 millones de años era un bosque tropical con grandes lagunas y una nutrida fauna, según nos contó nuestro guía. 

Recorrimos el lecho seco del río Guabo, que forma una verdadera autopista de arena de dos kilómetros de largo. Cuesta creer que por allí hace millones de años transitaron los primeros dinosaurios: en el parque se descubrió el Lagosuchus Talampayensis, uno de los más antiguos del planeta. 

Hoy, al ser un sector poco visitado del parque, es muy factible ver allí ejemplares de la fauna local, como una pareja de maras huyendo a los saltos, algún zorro escabulléndose tras un arbusto e incluso manadas de guanacos que nos observan petrificados y luego salen a la carrera cuando un relincho del jefe ordena la retirada.


Un cráter de tres kilómetros 
A lo lejos vimos la formación geológica rojiza de Los Chapares, que forma parte de la cuenca de Ischigualasto, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Luego de recorrer quince kilómetros sin mayores obstáculos para la camioneta a través del lecho del río, estacionamos el vehículo a la sombra de un algarrobo.

Allí comenzamos la caminata. Un breve y monótono trekking que sorte dunas con jarillales presagiaba que a unos pocos pasos nos esperaba el deslumbramiento.

Como el camino va en leve ascenso, no es posible obtener una visión panorámica de lo que está enfrente, pero al llegar al punto más alto se abrió frente a nosotros un inesperado cráter al ras del suelo, cuyo diámetro de tres kilómetros alberga la Ciudad Perdida.

Tal como lo describió Borges, “al pie de la montaña se dilataba sin rumor un arroyo impuro, entorpecido por escombros y arena; en la margen opuesta resplandecía la Ciudad de los Inmortales.” Esta ciudad probablemente tenga algo en común con la Ciudad Perdida.

Sorprendidos por el inesperado paisaje, nos ubicamos en un mirador natural para observar el panorama desde el borde del cráter, que en verdad es una gigantesca depresión formada por los movimientos tectónicos que llevaron el terreno hacia abajo.

A nuestros pies se desarrollaba un complejo laberinto de recintos de arena y formaciones que se asemejaban a los restos de una ciudad fantasma destruida por una lluvia de meteoritos.

En su centro, la Ciudad Perdida tiene una formación basáltica de color oscuro que increíblemente forma una pirámide casi perfecta llamada Mogote Negro. El laberinto invita a ser descubierto. Descendimos setenta metros hacia su interior por un sencillo flanco del cráter. 

Al atravesar estos recintos originados en el período Triásico, tuvimos la sensación de que en cualquier momento surgiría volando tras los murallones un grupo de pterodáctilos. 

A través del laberinto 
Una vez deambulando por los interiores de la misteriosa Ciudad Perdida, recorrimos sus entrañas por una serie de senderos naturales que, en verdad, son los cursos secos de las caprichosas corrientes de agua que se forman en el interior del cráter en épocas de lluvia. 

Son cursos de agua tan poderosos como breve es su existencia, ya que el terreno arenoso absorbe los caudales que en el verano ingresan por el este y luego de ahondar el cráter salen hacia el oeste originando el río Los Verdes. A pesar de su corta existencia, los cursos de agua van cambiando periódicamente la forma del laberinto y esculpen extrañas formas dignas de un calidoscopio. 

Nos encontramos frente a un frágil mundo de esculturas de arena que sobrevive inmune el paso del tiempo desde la época de los dinosaurios. Bajo el sol del atardecer, cuando se encendieron las formaciones coloradas en el poniente, el silencio nos permitió atender con total nitidez los íntimos latidos del corazón. 

Este paisaje difiere bastante de la imagen tradicional que uno tiene de Talampaya. Por empezar, los colores son más suaves y el rojizo se torna rosado. Además hay otros colores, como ciertos tonos verdosos y blancuzcos que predominan en algunos paredones. 

Luego de recorrer verdaderos pasadizos y de haber descubierto ventanas de cuadratura casi perfecta, apareció hacia el sudoeste el Anfiteatro, un hoyo en el terreno que mide alrededor de cien metros de diámetro y otros ochenta de profundidad. Este pozo, formado por la lluvia y la erosión, esconde a su vez nuevas y extrañas formaciones irregulares que descubrimos cuando nos asomamos a su vertiginoso precipicio. 

Finalmente, descendimos hasta un cerrado cañón llamado Barrancas Coloradas, por donde llegamos hasta una vertiente de agua que forma un pequeño salto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario